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Carmen de Burgos fue la primera periodista española que trabajó en una redacción y la primera corresponsal de guerra de este país. Escribió más de cien relatos cortos y novelas largas, redactó miles de artículos, dio conferencias por varios países y dejó su último aliento en convertir España en una república democrática, progresista y afanada en educar a sus habitantes. Le hacemos un breve repaso a su historia.

Dicen que las vidas difíciles forjan grandes personalidades. Carmen se casó a los 19 años con un periodista de su ciudad, Almería, y enseguida empezó a trabajar en su redacción para editar el periódico «Almería Cómica». Allí aprendió el oficio periodístico, un privilegio del que no podían disfrutar las mujeres en aquella época, pero pagó un precio muy alto por ello. Nada de lo que había imaginado de la vida familiar se hizo realidad: su marido pasaba el tiempo en las tabernas,  y su afán por ser madre se vio truncado tres veces con tres hijos que no sobrevivieron a la lactancia. El destino jugaba en contra, pero la maternidad le llegaría a la cuarta, y para entonces ya había tomado la decisión de dejar su vida atrás para dedicarse a su vocación.

 

Carmen huyó a Madrid con su hija en brazos para embarcarse en una aventura por su cuenta. Era el año 1900 y poca gente veía con buenos ojos que una mujer abandonara su hogar para dedicarse a una carrera. Ella quería escribir novelas, trabajar en redacciones, rodearse de los círculos intelectuales de la época… Y contar lo que había vivido. Consiguió una columna en el Diario Internacional: “Lecturas para la mujer”. Teóricamente, su apartado iba de moda y modales para señoritas, pero nada le impedía deslizar píldoras informativas de los avances que veía en otros países de Europa respecto a las mujeres. Sin terminar de ser consciente del movimiento que estaba iniciando, Carmen se fue convirtiendo en la primera influencia feminista de nuestro país. Fue la primera en publicar una referencia al divorcio:

 

“Me aseguran que muy en breve se fundará en Madrid un ‘Club de matrimonios mal avenidos’, con objeto de exponer sus quejas y estudiar el problema en todos sus aspectos, redactando las bases de una ley de divorcio que se proponen presentar en las Cámaras”.

 

Se fue de Madrid adoptando el apodo con el que la conocía su jefe: Colombine. Viajó alrededor del mundo con su hija María para conocer la situación de otras mujeres y sus condiciones de vida, escribir sobre ellas y conversar sobre la guerra, el divorcio, el matrimonio y el voto femenino. Estaba en Melilla cuando estalló el conflicto por la independencia entre España y Marruecos y fue la primera corresponsal en cubrir una guerra, un trabajo en el que solo había hombres.

Decidida a continuar con su ideología, escribió un libro en el que recogió las voces de algunos escritores de la generación del 98, que eran favorables a la aprobación del divorcio: Unamuno, Baroja, Azorín, Vicente Blasco Ibáñez… Sus publicaciones le valieron el sobrenombre de “La Divorciadora” y la desaprobación del régimen de la época. Hoy se le reconoce parte de su legado, casi en el olvido, con una calle en Málaga y otra en Almería.

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