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Uno de los escenarios con más identidad en territorio español es el tablao flamenco, por no decir el que más. Para entender su origen hay que remontarse hasta la década de 1910, momento en el que los cantautores estaban desarrollando sus obras lo suficiente como para llevarlas al plano profesional. Aquel crecimiento del flamenco, junto a la influencia de las escuelas de baile de aquel entonces, dieron paso a un tipo de local casi necesario en aquella época. Fue entonces cuando los cantaores, guitarristas y apasionados del flamenco en general se dieron cuenta de la necesidad un local para poner en marcha sus crecientes producciones, y en los cafés encontraron el sitio idóneo. La tradición no tardó en extenderse, sobre todo gracias a los bares de Sevilla, y enseguida los dueños más apasionados por el género empezaron a decorar sus locales con motivos andaluces, además de incorportarle un escenario. Entonces empezaron a conocerse como «Cafés Cantantes«. La repercusión fue enorme, no solo para los apasionados del flamenco si no para sus detractores (que los había por aquel entonces, antes de consolidarse el movimiento) e incluso fuera de España. En Francia, años después, surgió el Café Chantant, un tipo de local muy relacionado con la Belle Époque francesa. Se cambió el flamenco por piezas francesas propias de los años 20, llamadas música impresionista (precursores del estilo que poco después continuaría Edith Piaf), pero los locales seguían un claro estilo andaluz.

 

Café Chantant francés, inspirados en Andalucía. Papelesflamencos.com

 

cinedor.com

Los café cantante se popularizaron cada vez más en las décadas posteriores, y raro era que una provincia española no contara con uno de ellos en su haber. Quizá parte del éxito residió en la sencillez con la que se convirtió el espectáculo «opera flamenca» por el estilo que conocemos hoy. Por aquel entonces la bandurria, los panderos, violines y demás instrumentos tenían mucha presencia en estos espectáculos, aunque pronto dejaría de ser así. El formato de espectáculo del Café Cantante prescindió de todos los instrumentos que no fueran guitarra, voz y caja (aunque la percusión no siempre estaba presente). Nacía así un espectáculo con una identidad inédita hasta aquel entonces, basado en la estrecha relación de la guitarra andaluza y el cantaor. El hecho de personificar la figura del artista flamenco en un solo individuo, (en lugar de grupos flamencos), potenció la rivalidad entre los cantautores, y empezaron a surgir las competiciones en directo basadas en la improvisación (costumbre de la que seguro pueden dar testigo los seguidores del hip-hop de nuestro tiempo). Aquella combinación de espectáculos rara vez no convencía al público, de hecho, empezó la globalización del flamenco que acabaría dando la vuelta al mundo para ser toda una tendencia en países orientales como Japón.

 

Claro que en aquellos cafés cabían reuniones de amigos, espectáculos de magia, lidias de toros y becerros… y a medida que pasaban los años, más población afín surgía y más palos de flamenco se tocaban en estos locales. Acabaron siendo toda una sensación en el país, llegando a dejar como herencia los tablaos y algunos bares y restaurantes que conservan cierta tradición cantaora hoy en día, aunque no sean locales de temática musical.

 

 

 

Hoy en día los tablaos han adquirido un carácter puramente musical, de espacio reducido, lo cual favorece la acústica del espectáculo. También se suelen servir cenas antes de que de comienzo el espectáculo. Los tablaos más característicos están en Granada, Sevilla y en Madrid, aunque es frecuente encontrarlos en cualquier territorio español.

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