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Granada Octubre – Noviembre Página 1

LA TORRE DE LA CAUTIVA

 

En la parte oriental de la Alhambra se encuentran una serie de torres de defensa en la muralla que rodea todo el recinto y que se asoman a la Cuesta de los Chinos que sube hacia el Generalife desde el Paseo de los Tristes.

¡Era la presencia invisible de Isabel!…esa misma emoción que la he tenido otras veces

La tradición ha denominado a una de ellas Torre de la Cautiva. Es una torre esbelta, a la que se accede por un pasadizo a una pequeña sala con arcos y yeserias. De ahí se pasa a la bellísima sala principal con balcones dobles en tres de sus frentes. Son admirables sus azulejos, especialmente los de toques rojos, únicos en todo el conjunto nazarí. Cada pared está ocupada por poemas en los que se ensalzan al sultán que la mandó construir y a la belleza de la torre. El conjunto, de una inigualable y rica delicadeza, es una de las obras maestras de la Alhambra

Mi abuela contaba que esa torre fue habitada por Da. Isabel de Solís, prisionera y luego segunda esposa de Muley Hacén, y de ahí la denominación de La Cautiva. Se decía que al principio Isabel, añorando su libertad, solía asomarse a los balcones exteriores tocando el laúd con melancólicos y tristes compases. Sus lamentos, se dice, quedaron grabados allí para siempre. Según la gente, y mi abuela confirmaba, aún se escuchan en ocasiones los ecos tristes de Isabel.

Recuerdo mi primer paseo un atardecer por la Cuesta de los Chinos: las altas murallas, las imponentes torres, erguidas como gigantes, que dada la estrechez del camino da la impresión que se echan encima. Realmente el ambiente es sobrecogedor.

Pero un día que corría una ligera brisa, y no sé si por la emoción preconcebida, el hecho es que, de pronto, se dejó oír una especie de susurro, como una suave melodía. Fue cosa de segundos. El corazón latió intensamente. La mirada se dirigió a la Torre, pero estaba vacía. Pudo ser el viento caprichoso atravesando las balconadas, junto al rumor de las hojas de los arboles o el murmullo del agua del pequeño arroyo, pero sobre todo, por la emoción que embargaba la mente en esas horas de luz anaranjada del crepúsculo. Me quedé paralizado. ¡Era la presencia invisible de Isabel!. Esa misma emoción la he tenido otras veces, tal vez por el exceso de especial emotividad que se percibe ante esta Torre..

Por eso, quiero hacer participe de estas emociones a sus posibles visitantes, y les invito a que experimenten estas sensaciones, porque seguro que, al menos, recorrerá  por su cuerpo un estremecimiento, lleno de emoción, de intriga, de sorpresa y, tal vez, de añoranza, y de nostalgia esperando que algún día aparezca en un balcón la silueta de Isabel tocando su laúd y entonando una melancólica canción.
Georges de Segonzac

Habilidades

Publicado el

16 enero, 2017

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